Críticas

Tomas Llorens

La suya es, una pintura que no parece plantearse nunca el "porqué" -esto lo da por supuesto- sino el "cómo": cómo llevar al soporte elegido -lienzo, tabla, papel.. .- la imagen pintada de las cosas.

Es en ese “cómo”, en el terreno de la técnica pictórica, donde Juan Alberto da rienda suelta a los rasgos más distintivos de su personalidad: a su actitud reflexiva y paciente, a su curiosidad visual, a la asombrosa ductilidad de su mano. Es éste también el terreno en el que establece su relación con la pintura de los demás, especialmente la de los maestros del pasado, ya que para él la pintura está dotada de una entidad propia que trasciende los condicionamientos de la historia.

Tanto en los retratos como en los bodegones el pintor debe supeditar su actividad a una realidad exterior, una realidad que, no en balde, se designa, en el lenguaje de los talleres de pintura, como "el modelo". Sin embargo conviene advertir que la relación con el modelo no es, en estos dos géneros, idéntica. En el retrato el pintor tiene una cierta libertad de interpretación, ya que lo que se pide de él no es sólo la apariencia visual, sino algo más indefinido, algo que puede asociarse al aura o la personalidad del retratado. En el bodegón, en cambio, donde no hay, literalmente, más que aquello que ven los ojos, la exigencia de exactitud es rigurosa e inapelable.

Creo que no me equivoco si afirmo que, si tuviera que elegir entre estos dos géneros pictóricos, Juan Alberto Soler-Miret elegiría el segundo. Es el que mejor satisface su manera de concebir la pintura, las cualidades de su temperamento de pintor. Sin embargo, antes de sacar conclusiones apresuradas de esta preferencia, conviene observar con detenimiento los bodegones que nos ofrece esta exposición. Si nos fijamos en ellos veremos que la relación del pintor con el "modelo" no es tan simple como podría parecer a primera vista. Más que subordinarse simplemente a la apariencia visual el pintor parece jugar con ella, atribuir a la imagen pintada el estatuto de "modelo" real y , a la inversa, revestir al "modelo" del estatuto ficticio de lo pintado, engañar la mirada, estableciendo así una complicidad implícita con el espectador que es específica de la disciplina de la pintura. Y es que, por muy literalmente que la plantee como mímesis, la relación que el pintor mantiene con el mundo visible está siempre llena de enigmas. /

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